Salas, porches y cuartos convertidos en improvisadas salas de hospital. Desde mediados de enero las familias de más de 20 de los heridos de Caño de Los Becerros, caserío de Monagas donde 168 bombonas de gas explotaron el 28 de diciembre de 2020, tuvieron que abrir espacios en sus humildes casas para atenderlos y curarlos de las quemaduras.
En esas casas, algunas de bahareque y todas de techos de zinc, los sobrevivientes de la explosión luchan no solo por sanar las lesiones, sino también contra la falta de atención médica, medicamentos, salubridad.
El domingo 7 de febrero los 32 grados centígrados de temperatura y la falta de energía eléctrica, en esta comunidad de vocación agrícola en Monagas, hacían del cuarto de Leidys Hernández un sauna.
Caño de Los Becerros es un caserío de 226 familias, ubicado en la parroquia Chaguaramal del municipio Piar al norte del estado Monagas. Para llegar a la zona desde Maturín se recorre un trayecto de una hora en vehículo y se accede por la carretera nacional que une a Monagas con Sucre, la llamada troncal 13. Está a una distancia de 44,4 kilómetros de la capital de esta entidad oriental.
A través de un mosquitero se pueden ver las quemaduras de Leidys, una joven de 22 años. Brazos, rostro, piernas, manos y el torso están ahora enrojecidos. En sus piernas se nota más un rosado color guayaba.
Antes de la tragedia, que dejó a 45 personas heridas y hasta el 6 de febrero nueve fallecidos, la joven trabajaba en Maturín como niñera. Fue una de las lesionadas que sufrió quemaduras profundas de segundo grado en sus piernas. En principio la atendieron en el hospital Elvira Bueno Mesa, de Aragua de Maturín, en el municipio Piar, pero la trasladaron al Hospital Manuel Núñez Tovar (Humnt), en la capital de Monagas, cuando ya no podía respirar bien.
Leidys sigue delicada porque a sus quemaduras se le añadió una pulmonía. Pasó 35 días entre el Humnt y una clínica privada de Maturín. Su mamá impide las visitas y cuenta que cuando se va la luz, muy frecuente en Caño de Los Becerros, deben procurarle aire con un cartón para tratar de aliviar la piquiña que producen las quemaduras en casi todo su cuerpo.
En Caño de Los Becerros todos coinciden en la fuga de gas de la mayoría de las bombonas que llevaron ese 28 de diciembre los trabajadores de la empresa Gases de Maturín CA (Gasmaca), propiedad de la Gobernación de Monagas. A pesar de las advertencias de los vecinos, allí despacharon 168 cilindros y los empleados de la empresa estadal se marcharon en su camión.
El olor a gas inundaba el aire a las 2:00 de la tarde de ese 28 de diciembre frente a la casa de la señora Benilde Amudaray, donde se hizo el acopio de las bombonas. Ella es dirigente de la Unidad de Batalla Bolívar-Chávez, esas pequeñas células que creó el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) para el control político en cada comunidad y de las que se jactan en cada proceso electoral en el que salen triunfantes.
Amundaray prestó su vivienda para realizar el operativo de entrega de las bombonas. Lo hizo como gesto de solidaridad porque el dueño de la casa donde lo hacían se molestó con los encargados de esta tarea comunal. A ella le pidieron ayuda y respondió con un sí: «Era la primera vez que iba a venderse gas en mi casa», lamenta.
Cada habitante tiene su versión de la tragedia. Muchos vieron llamas y otros solo humo. Pero sí concuerdan en que un grupo de cilindros medianos, de 18 kilogramos, que estaban en la entrada de la casa de Benilde eran los que más tenían fuga. Una de esas bombonas explotó, por razones aún no determinadas, y después una reacción en cadena provocó la tragedia.
No eran 150 bombonas ni tampoco 161, Amundaray corrige: fueron 168 bombonas las que explotaron ese día y provocaron las decenas de heridos y posteriormente los fallecidos.
“Tenía bombonas por todos lados. Estaba al frente de la cola. Cuando me dijeron que iban a entregar las bombonas me acerqué. Cuando hubo la explosión caí al suelo, pero después me paré y salí corriendo. Lo único que me calmó para apagarme las llamas fue echarme gasoil”, dice el señor José Candurín, de 55 años, sobre la explosión.
Presentó quemaduras en piernas y brazos, pero es uno de los sobrevivientes que se encuentra en mejor estado. Cuenta que solo les llevaron una bolsa de comida el 31 de diciembre, les prometieron tratamientos continuos y una asignación económica, reparar las viviendas y atención integral.
El 7 de febrero, cuando media comunidad acudió a enterrar a Rutselis Leonett, una madre de 34 años que junto con su hija, de 4 años, resultaron heridas, nada de eso ha llegado.
La Gobernación de Monagas se comprometió en construir la casa de Benilde, que quedó destrozada. Aunque era de cuatro habitaciones, las columnas y distribución de lo poco que ha comenzado el ejecutivo regional es de dimensiones menores a su vivienda. Solo el piso, las vigas de hierro y los techos han iniciado en su terreno. De eso se queja su esposo, con quien ahora comparte en la casa de su mamá, a la espera de regresar a su hogar.
En la entrada de la vivienda de Betsimar Meneses, de 13 años, un fogón a leña da la bienvenida. Por fuera es una casa de cemento con una ventana y una enorme puerta. Adentro está ella cubierta por un mosquitero y sentada en una silla. En otra tiene sus dos piernas arriba descansando, una especie de cama clínica y otra sala de hospital improvisada.
Tiene quemaduras de segundo grado en sus piernas y brazo derecho. Ella estaba de las primeras en la fila para retirar las bombonas.
“No puedo salir ni llevar sol. Al principio me dolió mucho”, dice la adolescente que trata de sonreír pese a las lesiones en la piel. Estuvo en el Humnt, en una clínica, después de regreso al Núñez Tovar y ahora en su casa-hospital.
Su mamá, Marleni Hidalgo, cuenta que antes de la tragedia iba a trabajar a Maturín. Pero desde entonces está cuidando a la última de sus seis hijas. Es la única que resultó herida. Cocinan a leña y, mientras el papá de Betsimar está en el conuco, ella junto a su mamá se mantiene en recuperación.
La señora Marisela Suárez descansa en la sala de su vivienda. No hay luz desde la madrugada y tiene un cartón para refrescarse en medio del calorón que hay en el lugar. Sus piernas están amarillas. Con agua de coco y onoto ha logrado calmar la piquiña. Es un remedio casero que le recomendaron y para ella ha resultado.
Está en una cama improvisada. Un colchón sostenido por al menos seis cajas vacías de cerveza. A pesar de sus quemaduras el mismo 28 de diciembre en el hospital Núñez Tovar la dieron de alta. Su dolor no lo calmaba nada. El 29 de diciembre la trasladaron al hospital de Aragua de Maturín, que queda a 15 minutos de Caño de Los Becerros, donde estuvo dos semanas. Presentó lesiones en 18 % de su cuerpo.
Marisela Suárez tiene quemadas sus dos piernas
“El doctor me dijo que ya mis piernas están bien. Después de carnavales debo regresar a la consulta. Necesito cremas humectantes, vitaminas y pastillas para el dolor. Me tengo que bañar con jabón azul para mantener las heridas limpias. A nosotros los afectados nos donaron un colchón horrible que ninguno usamos. Yo estoy aquí en mi casa entre la sala y el colchón de mi cama”.
Graciela Gil tiene 66 años y está en cama. Es una adulta mayor que es diabética. Se recupera de las quemaduras de segundo grado en sus piernas, brazos y glúteos. Ella está mejor en su casa que en el hospital, detalla.
Un mosquitero cubre toda la habitación donde se encuentra desde el 26 de enero. Era una de las pacientes más delicadas. Recuerda que su ropa se quemó, salió corriendo del lugar de la explosión y ardía en llamas, hasta su cabello se le incendió. Ahora espera por medicinas como cremas, antibióticos y tiene una escara en uno de los glúteos quemados.
La señora Graciela Gil, de 66 años, también es diabética
“Cómo uno va a estar comprando medicinas. Aquí necesitamos ayuda. No tengo ni siquiera un ventilador. Yo no fui la única afectada en mi familia. Tengo un yerno que también se quemó y todos en la comunidad necesitamos ayuda”.
José Díaz también fue uno de los más afectados. El 80 % de su cuerpo ahora tiene el color rosado guayaba. Sus piernas, brazo y rostro se quemaron. Era el sostén de la familia, en el conuco de donde producían para sobrevivir.
El domingo 7 de febrero está en la sala sentado en un mueble, sus piernas envueltas en sábanas fucsia descansan sobre una silla. A un lado está su mamá, Cruz Zapata, de 54 años. Se quemó los brazos, las piernas y el rostro en la explosión. En una silla del comedor se encuentra su hermana Dayana Gil. Su rostro está lleno de una crema blanca y tiene un sombrero para protegerse.
José Díaz, de 25 años, sufrió quemaduras en 80% de su cuerpo
Es una de las familias con más miembros quemados. Dayana cuenta que pasa el día donde su mamá y hermano porque su vivienda está en construcción. “A mí el día que me dieron de alta tuve que compartir el tratamiento con José, porque él aquí en casa ya no tenía cremas”.
La esposa de José se lamenta. Tiene que quedarse en casa para cuidarlo y ahora no tienen los medios ni recursos para mantener a su pequeño hijo de un año. José tiene 20 días sin recibir los tratamientos y más de un mes desde que les llegó la última bolsa de comida.
Las pequeñas cosechas de José y de la mayoría de los hombres que se dedicaban al campo se perdieron. A través de las donaciones de Cáritas Maturín han conseguido parte de los tratamientos en Caño de Los Becerros. Aunque la Alcaldía de Piar ha estado al tanto de los quemados y ha llevado algunas ayudas, son pocas ante la necesidad que tienen en la comunidad.
Los sembradíos de lechosa, maíz, yuca, melón, frjiol y chícharo en Caño de Los Becerros están abandonados. Todos los quemados deben permanecer entre tres y cuatro meses de reposo mientras su piel sana. La comunidad se detuvo ese 28 de diciembre y su precariedad escaló. Esperan soluciones y que las autoridades cumplan con lo que prometieron cuando los visitaron el 31 de diciembre.
Después de la visita a Caño de Los Becerros el 7 de febrero, la Gobernación de Monagas acudió a la comunidad el viernes 12 de febrero. En una nota de prensa informaron que llevaron aires acondicionados para los siguientes enfermos: Ailin Díaz, Alejandra Rivas, Graciela Gil, José Díaz y Rosanys Brito.
Además aseguraron que entregaron «uniformes, zapatos y útiles escolares a 73 estudiantes de primaria; dotaron con implementos agrícolas a 10 productores de la zona, personal de Corpoelec y Tricolor colocaron 35 luminarias y donaron medicamentos a personas que padecen de diabetes u otras enfermedades crónicas y ayudas técnicas».
Prometieron mejoras a 30 casas de la comunidad y aseguraron que la casa de Benilde Amundaray tiene 60 % de avance.
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En esas casas, algunas de bahareque y todas de techos de zinc, los sobrevivientes de la explosión luchan no solo por sanar las lesiones, sino también contra la falta de atención médica, medicamentos, salubridad.
El domingo 7 de febrero los 32 grados centígrados de temperatura y la falta de energía eléctrica, en esta comunidad de vocación agrícola en Monagas, hacían del cuarto de Leidys Hernández un sauna.
Caño de Los Becerros es un caserío de 226 familias, ubicado en la parroquia Chaguaramal del municipio Piar al norte del estado Monagas. Para llegar a la zona desde Maturín se recorre un trayecto de una hora en vehículo y se accede por la carretera nacional que une a Monagas con Sucre, la llamada troncal 13. Está a una distancia de 44,4 kilómetros de la capital de esta entidad oriental.
A través de un mosquitero se pueden ver las quemaduras de Leidys, una joven de 22 años. Brazos, rostro, piernas, manos y el torso están ahora enrojecidos. En sus piernas se nota más un rosado color guayaba.
Antes de la tragedia, que dejó a 45 personas heridas y hasta el 6 de febrero nueve fallecidos, la joven trabajaba en Maturín como niñera. Fue una de las lesionadas que sufrió quemaduras profundas de segundo grado en sus piernas. En principio la atendieron en el hospital Elvira Bueno Mesa, de Aragua de Maturín, en el municipio Piar, pero la trasladaron al Hospital Manuel Núñez Tovar (Humnt), en la capital de Monagas, cuando ya no podía respirar bien.
Leidys sigue delicada porque a sus quemaduras se le añadió una pulmonía. Pasó 35 días entre el Humnt y una clínica privada de Maturín. Su mamá impide las visitas y cuenta que cuando se va la luz, muy frecuente en Caño de Los Becerros, deben procurarle aire con un cartón para tratar de aliviar la piquiña que producen las quemaduras en casi todo su cuerpo.
En Caño de Los Becerros todos coinciden en la fuga de gas de la mayoría de las bombonas que llevaron ese 28 de diciembre los trabajadores de la empresa Gases de Maturín CA (Gasmaca), propiedad de la Gobernación de Monagas. A pesar de las advertencias de los vecinos, allí despacharon 168 cilindros y los empleados de la empresa estadal se marcharon en su camión.
El olor a gas inundaba el aire a las 2:00 de la tarde de ese 28 de diciembre frente a la casa de la señora Benilde Amudaray, donde se hizo el acopio de las bombonas. Ella es dirigente de la Unidad de Batalla Bolívar-Chávez, esas pequeñas células que creó el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) para el control político en cada comunidad y de las que se jactan en cada proceso electoral en el que salen triunfantes.
Amundaray prestó su vivienda para realizar el operativo de entrega de las bombonas. Lo hizo como gesto de solidaridad porque el dueño de la casa donde lo hacían se molestó con los encargados de esta tarea comunal. A ella le pidieron ayuda y respondió con un sí: «Era la primera vez que iba a venderse gas en mi casa», lamenta.
Cada habitante tiene su versión de la tragedia. Muchos vieron llamas y otros solo humo. Pero sí concuerdan en que un grupo de cilindros medianos, de 18 kilogramos, que estaban en la entrada de la casa de Benilde eran los que más tenían fuga. Una de esas bombonas explotó, por razones aún no determinadas, y después una reacción en cadena provocó la tragedia.
No eran 150 bombonas ni tampoco 161, Amundaray corrige: fueron 168 bombonas las que explotaron ese día y provocaron las decenas de heridos y posteriormente los fallecidos.
“Tenía bombonas por todos lados. Estaba al frente de la cola. Cuando me dijeron que iban a entregar las bombonas me acerqué. Cuando hubo la explosión caí al suelo, pero después me paré y salí corriendo. Lo único que me calmó para apagarme las llamas fue echarme gasoil”, dice el señor José Candurín, de 55 años, sobre la explosión.
Presentó quemaduras en piernas y brazos, pero es uno de los sobrevivientes que se encuentra en mejor estado. Cuenta que solo les llevaron una bolsa de comida el 31 de diciembre, les prometieron tratamientos continuos y una asignación económica, reparar las viviendas y atención integral.
El 7 de febrero, cuando media comunidad acudió a enterrar a Rutselis Leonett, una madre de 34 años que junto con su hija, de 4 años, resultaron heridas, nada de eso ha llegado.
La Gobernación de Monagas se comprometió en construir la casa de Benilde, que quedó destrozada. Aunque era de cuatro habitaciones, las columnas y distribución de lo poco que ha comenzado el ejecutivo regional es de dimensiones menores a su vivienda. Solo el piso, las vigas de hierro y los techos han iniciado en su terreno. De eso se queja su esposo, con quien ahora comparte en la casa de su mamá, a la espera de regresar a su hogar.
En la entrada de la vivienda de Betsimar Meneses, de 13 años, un fogón a leña da la bienvenida. Por fuera es una casa de cemento con una ventana y una enorme puerta. Adentro está ella cubierta por un mosquitero y sentada en una silla. En otra tiene sus dos piernas arriba descansando, una especie de cama clínica y otra sala de hospital improvisada.
Tiene quemaduras de segundo grado en sus piernas y brazo derecho. Ella estaba de las primeras en la fila para retirar las bombonas.
“No puedo salir ni llevar sol. Al principio me dolió mucho”, dice la adolescente que trata de sonreír pese a las lesiones en la piel. Estuvo en el Humnt, en una clínica, después de regreso al Núñez Tovar y ahora en su casa-hospital.
Su mamá, Marleni Hidalgo, cuenta que antes de la tragedia iba a trabajar a Maturín. Pero desde entonces está cuidando a la última de sus seis hijas. Es la única que resultó herida. Cocinan a leña y, mientras el papá de Betsimar está en el conuco, ella junto a su mamá se mantiene en recuperación.
La señora Marisela Suárez descansa en la sala de su vivienda. No hay luz desde la madrugada y tiene un cartón para refrescarse en medio del calorón que hay en el lugar. Sus piernas están amarillas. Con agua de coco y onoto ha logrado calmar la piquiña. Es un remedio casero que le recomendaron y para ella ha resultado.
Está en una cama improvisada. Un colchón sostenido por al menos seis cajas vacías de cerveza. A pesar de sus quemaduras el mismo 28 de diciembre en el hospital Núñez Tovar la dieron de alta. Su dolor no lo calmaba nada. El 29 de diciembre la trasladaron al hospital de Aragua de Maturín, que queda a 15 minutos de Caño de Los Becerros, donde estuvo dos semanas. Presentó lesiones en 18 % de su cuerpo.
Marisela Suárez tiene quemadas sus dos piernas
“El doctor me dijo que ya mis piernas están bien. Después de carnavales debo regresar a la consulta. Necesito cremas humectantes, vitaminas y pastillas para el dolor. Me tengo que bañar con jabón azul para mantener las heridas limpias. A nosotros los afectados nos donaron un colchón horrible que ninguno usamos. Yo estoy aquí en mi casa entre la sala y el colchón de mi cama”.
Graciela Gil tiene 66 años y está en cama. Es una adulta mayor que es diabética. Se recupera de las quemaduras de segundo grado en sus piernas, brazos y glúteos. Ella está mejor en su casa que en el hospital, detalla.
Un mosquitero cubre toda la habitación donde se encuentra desde el 26 de enero. Era una de las pacientes más delicadas. Recuerda que su ropa se quemó, salió corriendo del lugar de la explosión y ardía en llamas, hasta su cabello se le incendió. Ahora espera por medicinas como cremas, antibióticos y tiene una escara en uno de los glúteos quemados.
La señora Graciela Gil, de 66 años, también es diabética
“Cómo uno va a estar comprando medicinas. Aquí necesitamos ayuda. No tengo ni siquiera un ventilador. Yo no fui la única afectada en mi familia. Tengo un yerno que también se quemó y todos en la comunidad necesitamos ayuda”.
José Díaz también fue uno de los más afectados. El 80 % de su cuerpo ahora tiene el color rosado guayaba. Sus piernas, brazo y rostro se quemaron. Era el sostén de la familia, en el conuco de donde producían para sobrevivir.
El domingo 7 de febrero está en la sala sentado en un mueble, sus piernas envueltas en sábanas fucsia descansan sobre una silla. A un lado está su mamá, Cruz Zapata, de 54 años. Se quemó los brazos, las piernas y el rostro en la explosión. En una silla del comedor se encuentra su hermana Dayana Gil. Su rostro está lleno de una crema blanca y tiene un sombrero para protegerse.
José Díaz, de 25 años, sufrió quemaduras en 80% de su cuerpo
Es una de las familias con más miembros quemados. Dayana cuenta que pasa el día donde su mamá y hermano porque su vivienda está en construcción. “A mí el día que me dieron de alta tuve que compartir el tratamiento con José, porque él aquí en casa ya no tenía cremas”.
La esposa de José se lamenta. Tiene que quedarse en casa para cuidarlo y ahora no tienen los medios ni recursos para mantener a su pequeño hijo de un año. José tiene 20 días sin recibir los tratamientos y más de un mes desde que les llegó la última bolsa de comida.
Las pequeñas cosechas de José y de la mayoría de los hombres que se dedicaban al campo se perdieron. A través de las donaciones de Cáritas Maturín han conseguido parte de los tratamientos en Caño de Los Becerros. Aunque la Alcaldía de Piar ha estado al tanto de los quemados y ha llevado algunas ayudas, son pocas ante la necesidad que tienen en la comunidad.
Los sembradíos de lechosa, maíz, yuca, melón, frjiol y chícharo en Caño de Los Becerros están abandonados. Todos los quemados deben permanecer entre tres y cuatro meses de reposo mientras su piel sana. La comunidad se detuvo ese 28 de diciembre y su precariedad escaló. Esperan soluciones y que las autoridades cumplan con lo que prometieron cuando los visitaron el 31 de diciembre.
Después de la visita a Caño de Los Becerros el 7 de febrero, la Gobernación de Monagas acudió a la comunidad el viernes 12 de febrero. En una nota de prensa informaron que llevaron aires acondicionados para los siguientes enfermos: Ailin Díaz, Alejandra Rivas, Graciela Gil, José Díaz y Rosanys Brito.
Además aseguraron que entregaron «uniformes, zapatos y útiles escolares a 73 estudiantes de primaria; dotaron con implementos agrícolas a 10 productores de la zona, personal de Corpoelec y Tricolor colocaron 35 luminarias y donaron medicamentos a personas que padecen de diabetes u otras enfermedades crónicas y ayudas técnicas».
Prometieron mejoras a 30 casas de la comunidad y aseguraron que la casa de Benilde Amundaray tiene 60 % de avance.
La casa de Benilde Amundaray quedó destruida y la Gobernación asumió su reconstrucción