Poder comunicarse al Zulia con Andrea Colmenares y Carolina Vargas ha sido un martirio. La señal de las empresas de telefonía venezolanas fallan constantemente desde la serie de apagones que asolaron al país desde el 7 de marzo, y que ahora se han convertido en una crisis eléctrica, entre racionamientos de energía y una cada vez más grave falta de agua. Con César Méndez no fue tan complicado hablar. Como él mismo dice, pudo salir “afortunadamente” de la capital zuliana, pero su familia sufre todavía por el colapso.
Hablar con ellos fue posible gracias a conversaciones cortas por llamadas que se caían de repente, mensajes de texto, y mensajes y voices vía WhatsApp.
Aprender a vivir sin luz
Carolina Vargas vive en el sector 18 de Octubre de Maracaibo. Desde allí ha aprendido a luchar y a vivir sin electricidad ni telefonía. Ha estado hasta tres días sin comunicación alguna porque no tiene datos móviles ni cobertura.
“Hemos pasado hasta tres días sin saber cómo están nuestros familiares. También ha sido difícil saber si tenemos dinero para comprar. No podemos entrar a nuestras cuentas ni hacer transferencias o pagar el saldo de los celulares. Ni siquiera sabemos cómo está el país por no poder entrar a las redes sociales”, lamenta la ciudadana, que vive en una zona que suele tener solo ocho horas diarias de electricidad. “La semana pasada tuvimos solo cuatro horas diarias de luz”, añade.
Para comprar comida adquiere dólares en efectivo porque la mayoría de los puntos de venta no funcionan. “No todos los sitios tienen planta eléctrica para alimentar los puntos. Y no todos tienen dólares para comprar. Los que tenían guardado han podido salvarse porque hay casos en los que no aceptan ni siquiera bolívares”, lamenta.
No puede comprar carne ni pollo porque no tienen cómo comprarlos ni refrigerarlos, así que se alimentan con vegetales o yuca. A veces, si pueden adquirirlo, comen pan. “Tenemos 20 días en este proceso y el golpe ha sido muy fuerte. Vemos cómo en otras ciudades llega la luz por 10 o 12 horas. Pero en Maracaibo tenemos una hora y nos quitan tres”.
Entre murciélagos, moscas, zancudos y ratones
Andrea forma parte del Circuito Éxitos (Cabimas 90.5) y durante el segundo apagón no pudo salir al aire. “Era un reto hacerlo entre más de 10 bajones de energía al día”, cuenta desde Cabimas, donde reside. Pero a ratos puede dar a conocer la situación vía Twitter.
“Estamos en crisis desde hace meses, pero estos apagones nos dejaron como unos cavernícolas: dormimos afuera, en los techos, o rodeados de murciélagos, moscas, zancudos y ratones”, describe la estudiante de Comunicación Social.
Para bañarse, hay que hacerlo con un tobo dentro de un pote. Luego de asearse, esa misma agua es utilizada para lavar el sanitario. “Antes uno se bañaba con agua del aire acondicionado o con agua de pozos, que generalmente es salada. Son pozos artesanales que se están haciendo aquí debido a la crisis. Pero sin bombas ni electricidad es imposible sacar agua”.
Andrea señala que no se consigue el efectivo y que aunque los bancos están abiertos no logran ingresar a la bóveda para sacar dinero y cargar los cajeros por los problemas eléctricos. “El centro es de las zonas más afectadas”, afirma.
Hay pocas tiendas abiertas y que tienen disponibilidad de punto de venta, así que los usuarios dejan sus cédulas o tarjetas como garantía de pago. “Las tarjetas no pasan, la conexión no lo permite”.
“Nadie está trabajando. Solo el sector petrolero. Salud y bancos van por cumplir horario y órdenes nacionales. La rutina es netamente de supervivencia: salir a hacer más de 12 horas de cola para gasolina o para buscar agua y comida para almacenarlas. Hay familias que ya no tienen nada. Solo deudas por fiar. Nadie está cobrando porque nadie está trabajando. Vivimos de ahorros en efectivo, sean bolívares o dólares”, narra.
Sobre la alimentación, advierte que comen muy poco para rendirla. “Nos estamos quedando sin proteínas. Los alimentos hay que prepararlos de una vez o salarla, en el caso de carnes y pescados. Entre vecinos nos ayudamos: compartimos y buscamos gasolina para quienes tienen planta eléctrica para refrigerar agua, medicamentos o comida”.
Debido al calor, a un vecino de Andrea se le subió la tensión y casi le da un infarto en el primer apagón. “No hay cupo en unidades de cuidados intensivos en ningún lado. Lo enviaron de regreso a casa luego de tenerlo en observación porque no hay cómo atender. Lo mismo le sucede a un amigo desde el lunes: está con una crisis hipertensiva y lo tienen en espera para hospitalizarlo o trasladarlo”.
El deterioro de una familia
César Méndez se fue del país antes de que se agudizara la crisis eléctrica. Pero su familia sigue en Maracaibo.
En los apagones de diciembre en Maracaibo, falleció su abuelo. “En una noche, mientras mi abuelo se estaba bañando, se fue la luz. Se cayó y se golpeó la cabeza. Desde ese momento quedó como delirando. No estaban los recursos inmediatos para llevarlo al hospital, el carro de mi papá no tenía combustible y luego no había energía en el Hospital Universitario. Lo ‘vieron’ pero no lo consideraron una emergencia, así que lo enviaron a casa”, narra.
Dos días después pudieron llevarlo. La doctora de guardia lo atendió y lo envió a casa. “Pero el 30 de diciembre, en medio del sol del mediodía, dijo: ‘No aguanto el calor. Yo lo que quiero es descansar. Llévenme a mi cama’. Y se fue a descansar. Desde el día antes de la caída estaba débil, pero con la caída ya no podía caminar por su cuenta porque perdía el equilibrio”.
Los saqueos, la hiperinflación, la dolarización, la crisis eléctrica y los comercios cerrados han provocado el deterioro de su familia. El dinero que Méndez les envía casi supera sus propios costos y de igual modo no alcanza para sobrevivir en Maracaibo. “Han estado días comiendo arroz solo, no por no tener dinero, sino por no encontrar más comida. Y cuando encuentran o no hay punto de venta o la venden en dólares. O, si no, está a precios exorbitantes, como un hielo o una Coca Cola, que los ofrecen en 5 dólares”.
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Poder comunicarse al Zulia con Andrea Colmenares y Carolina Vargas ha sido un martirio. La señal de las empresas de telefonía venezolanas fallan constantemente desde la serie de apagones que asolaron al país desde el 7 de marzo, y que ahora se han convertido en una crisis eléctrica, entre racionamientos de energía y una cada vez más grave falta de agua. Con César Méndez no fue tan complicado hablar. Como él mismo dice, pudo salir “afortunadamente” de la capital zuliana, pero su familia sufre todavía por el colapso.
Hablar con ellos fue posible gracias a conversaciones cortas por llamadas que se caían de repente, mensajes de texto, y mensajes y voices vía WhatsApp.
Aprender a vivir sin luz
Carolina Vargas vive en el sector 18 de Octubre de Maracaibo. Desde allí ha aprendido a luchar y a vivir sin electricidad ni telefonía. Ha estado hasta tres días sin comunicación alguna porque no tiene datos móviles ni cobertura.
“Hemos pasado hasta tres días sin saber cómo están nuestros familiares. También ha sido difícil saber si tenemos dinero para comprar. No podemos entrar a nuestras cuentas ni hacer transferencias o pagar el saldo de los celulares. Ni siquiera sabemos cómo está el país por no poder entrar a las redes sociales”, lamenta la ciudadana, que vive en una zona que suele tener solo ocho horas diarias de electricidad. “La semana pasada tuvimos solo cuatro horas diarias de luz”, añade.
Para comprar comida adquiere dólares en efectivo porque la mayoría de los puntos de venta no funcionan. “No todos los sitios tienen planta eléctrica para alimentar los puntos. Y no todos tienen dólares para comprar. Los que tenían guardado han podido salvarse porque hay casos en los que no aceptan ni siquiera bolívares”, lamenta.
No puede comprar carne ni pollo porque no tienen cómo comprarlos ni refrigerarlos, así que se alimentan con vegetales o yuca. A veces, si pueden adquirirlo, comen pan. “Tenemos 20 días en este proceso y el golpe ha sido muy fuerte. Vemos cómo en otras ciudades llega la luz por 10 o 12 horas. Pero en Maracaibo tenemos una hora y nos quitan tres”.
Entre murciélagos, moscas, zancudos y ratones
Andrea forma parte del Circuito Éxitos (Cabimas 90.5) y durante el segundo apagón no pudo salir al aire. “Era un reto hacerlo entre más de 10 bajones de energía al día”, cuenta desde Cabimas, donde reside. Pero a ratos puede dar a conocer la situación vía Twitter.
“Estamos en crisis desde hace meses, pero estos apagones nos dejaron como unos cavernícolas: dormimos afuera, en los techos, o rodeados de murciélagos, moscas, zancudos y ratones”, describe la estudiante de Comunicación Social.
Para bañarse, hay que hacerlo con un tobo dentro de un pote. Luego de asearse, esa misma agua es utilizada para lavar el sanitario. “Antes uno se bañaba con agua del aire acondicionado o con agua de pozos, que generalmente es salada. Son pozos artesanales que se están haciendo aquí debido a la crisis. Pero sin bombas ni electricidad es imposible sacar agua”.
Andrea señala que no se consigue el efectivo y que aunque los bancos están abiertos no logran ingresar a la bóveda para sacar dinero y cargar los cajeros por los problemas eléctricos. “El centro es de las zonas más afectadas”, afirma.
Hay pocas tiendas abiertas y que tienen disponibilidad de punto de venta, así que los usuarios dejan sus cédulas o tarjetas como garantía de pago. “Las tarjetas no pasan, la conexión no lo permite”.
“Nadie está trabajando. Solo el sector petrolero. Salud y bancos van por cumplir horario y órdenes nacionales. La rutina es netamente de supervivencia: salir a hacer más de 12 horas de cola para gasolina o para buscar agua y comida para almacenarlas. Hay familias que ya no tienen nada. Solo deudas por fiar. Nadie está cobrando porque nadie está trabajando. Vivimos de ahorros en efectivo, sean bolívares o dólares”, narra.
Sobre la alimentación, advierte que comen muy poco para rendirla. “Nos estamos quedando sin proteínas. Los alimentos hay que prepararlos de una vez o salarla, en el caso de carnes y pescados. Entre vecinos nos ayudamos: compartimos y buscamos gasolina para quienes tienen planta eléctrica para refrigerar agua, medicamentos o comida”.
Debido al calor, a un vecino de Andrea se le subió la tensión y casi le da un infarto en el primer apagón. “No hay cupo en unidades de cuidados intensivos en ningún lado. Lo enviaron de regreso a casa luego de tenerlo en observación porque no hay cómo atender. Lo mismo le sucede a un amigo desde el lunes: está con una crisis hipertensiva y lo tienen en espera para hospitalizarlo o trasladarlo”.
El deterioro de una familia
César Méndez se fue del país antes de que se agudizara la crisis eléctrica. Pero su familia sigue en Maracaibo.
En los apagones de diciembre en Maracaibo, falleció su abuelo. “En una noche, mientras mi abuelo se estaba bañando, se fue la luz. Se cayó y se golpeó la cabeza. Desde ese momento quedó como delirando. No estaban los recursos inmediatos para llevarlo al hospital, el carro de mi papá no tenía combustible y luego no había energía en el Hospital Universitario. Lo ‘vieron’ pero no lo consideraron una emergencia, así que lo enviaron a casa”, narra.
Dos días después pudieron llevarlo. La doctora de guardia lo atendió y lo envió a casa. “Pero el 30 de diciembre, en medio del sol del mediodía, dijo: ‘No aguanto el calor. Yo lo que quiero es descansar. Llévenme a mi cama’. Y se fue a descansar. Desde el día antes de la caída estaba débil, pero con la caída ya no podía caminar por su cuenta porque perdía el equilibrio”.
Los saqueos, la hiperinflación, la dolarización, la crisis eléctrica y los comercios cerrados han provocado el deterioro de su familia. El dinero que Méndez les envía casi supera sus propios costos y de igual modo no alcanza para sobrevivir en Maracaibo. “Han estado días comiendo arroz solo, no por no tener dinero, sino por no encontrar más comida. Y cuando encuentran o no hay punto de venta o la venden en dólares. O, si no, está a precios exorbitantes, como un hielo o una Coca Cola, que los ofrecen en 5 dólares”.
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