Gloriana Gómez tenía 18 años y poco tiempo de haberse mudado a Caracas. Estaba en Los Cortijos (municipio Sucre) y un hombre en un carro le pidió una dirección de un supermercado cercano. “Yo le estaba explicando. Cuando me di cuenta el hombre se estaba masturbando mientras yo le hablaba. Te podrás imaginar que más nunca pasé por ahí”.

Los siseos, los besos al aire, los comentarios no requeridos sobre el aspecto físico, las invasiones al espacio personal y otras conductas son parte del día a día de adolescentes y mujeres cuando transitan en espacios públicos.

Algunas optan por responder y otras prefieren no decir nada. Sin embargo, el factor común entre los testimonios recopilados por Efecto Cocuyo es que los comentarios no son bienvenidos cuando provienen de una persona desconocida y desde la sexualización. Expertos consultados coinciden en que estas acciones son actos de violencia de género.

Estas formas de llamar la atención de las mujeres en la calle, que podrían considerarse menos abusivos o invasivos como los “piropos”, no son bien recibidos para Gómez. “Me hacen sentir con mucho miedo porque ando sola caminando por la calle y lanzan alguno de estos comentarios. Me da una sensación de inseguridad”, señaló.

Estas opiniones no requeridas las suele escuchar en lugares muy concurridos, independientemente de la ropa que esté usando. Por lo general, no responde nada, solo sigue caminando.

La mujer como objeto

El año pasado, durante la cuarentena, María Daniela Garcés de 22 años salía a pasear con su perro por las áreas verdes del edificio. Era su momento “de despeje” hasta que unos obreros empezaron a proferir silbidos y gritos hacia ella desde un tercer piso. En una oportunidad volteó a ver y uno de ellos la miraba de forma lasciva.

“Esta situación me hizo sentir muy incómoda y molesta, entonces le grité que me dejara en paz y groserías. Luego de eso, cuando iba con otras personas mayores no gritaban nada, pero cuando iba sola no me dejaban de molestar, empecé a bajar con ropa muy tapada”, incluso acompañada por otras personas mayores.  

La directora de la Asociación Venezolana para Educación Sexual Alternativa (Avesa), Mercedes Muñoz, señaló que la definición de piropo suele ser amplia cuando la realizan los hombres. Una parte cree, de manera errada, que las mujeres existen para ser deseadas por ellos, por tanto cualquier gesto “no sólo es considerado legítimo sino que se asume como algo que debería ser secretamente agradecido por las mujeres”.

Algunas tienen sentimientos ambiguos ante estas conductas, “una mezcla de rabia, asco, placer e impotencia”, sin embargo, a juicio de la defensora de los derechos sexuales y reproductivos, esta combinación puede decantar en un número “alarmante” de delitos de violencia contra la mujer.

No es piropo, es violencia

La psicóloga clínica y magíster en estudios de la mujer y el género, Yurbin Aguilar, explicó que un piropo, en su concepción correcta, busca agradar, por tanto la conducta del emisor es respetuosa. No obstante, “la situación cambia cuando el contenido es vulgar, con significantes de acoso sexual y la intención del emisor es denigrar, ridiculizar, amedrentar y hasta abusar sexualmente mediante expresiones verbales, miradas y/o tocamientos lascivos invasivos y, por supuesto, no autorizados”.

De esta manera, continuó Aguilar, lo que para algunas personas es un “piropo”, son en realidad actos de violencia de género y, en el contexto de los derechos humanos, pueden considerarse vulneraciones al derecho de las mujeres a vivir libres de violencia.

Para combatir la violencia sexual callejera, así como otros tipos de violencia, la psicóloga recomendó buscar documentación sobre el tema como expresión de la cultura de dominación patriarcal y sobre lo que es realmente un piropo. De esta manera, se pueden establecer diferencias. En el caso específico de los hombres, consideró que deben formarse para mirar de forma más crítica la cultura de dominación masculina.

“El patriarcado, aunque en general les ha brindado privilegios, también los ha construido para usar y validar la violencia, para la opresión de las mujeres y para negar su propia sensibilidad. Solo entonces, al recuperar la empatía por las otras personas y el respeto a las mujeres, como sus iguales en la diferencia, podrán ponerse en el puesto de ellas, juzgar como inapropiado la violencia contra las mujeres y dentro de sus expresiones la violencia callejera, mal llamada piropos”, señaló.

Acción que condiciona

Para algunas mujeres, este tipo de situaciones condicionan sus decisiones en relación con, por ejemplo, el transporte que van a utilizar para llegar a un lugar o la ropa que usan. “De hecho yo he llegado a hacer cosas como ’hoy voy a usar falda, pero entonces no voy a usar metro porque qué fastidio’, yo hacía eso mucho. Igual que tacones, era como ‘si voy a usar tacones, vestido, falda ni de broma uso transporte público’, comentó Vanesa Moreno, de 31 años.

Para el médico psiquiatra argentino, Enrique Stola, estos comentarios no requeridos o dicho a una persona con la que no existe un vínculo es “un acto de avasallamiento, un intento de disciplinamiento del cuerpo de la mujer”, dado que quien lo dice suele pensar que para la mujer es agradable escuchar sus palabras.

“Es un avasallamiento porque ese macho que está diciendo esas cosas no le importa lo que puede estar viviendo la mujer en ese momento. Lo que le importa a ese macho es mostrarse. Esto es muy diferente cuando hay un vínculo. Cuando eres un amigo, entre amigas, pueden decirse algo agradable sobre la otra persona. Si el vínculo no existe, es una agresión”, señaló.

Para disminuir estas conductas, que suelen protagonizar hombres frente a otros hombres, Stola comentó que los varones no deben entrar en complicidad con amigos que tengan este tipo de conductas. Sobre las mujeres frente a estas conductas, comentó que quienes tienen consciencia de sus derechos tienden más a poner límites. Quienes afirman que sí les gustan que le digan cosas en la calle, no ayudan. “Es una especie de combustible a los dispositivos de dominación masculina”.