Los premios Gabriel García Márquez terminaron de la única manera posible: con salsa. Tres días atravesados por el compás caribeño, cortesía de la deliciosa rapera, Telmary; por el tumbao casino de Carlos Manuel Rodríguez; por el concierto de Pablo Milanés; por el Eslabón Prendido, por Son Habana y por el grupo cubano que despidió la noche del 1 de octubre, en el restaurante ruidoso y cálido, anexo al Museo de Arte Moderno de Medellín
Las mesas de madera, una al lado de la otra, semejan una larga tabla preparada para la conversa. En el centro, José Luis Sanz, director de El Faro; a su lado el sacerdote Alejandro Solalinde, vestido de blanco de pies a cabeza, tiene un crucifijo de madera enclavado en el pecho, justo a la altura del corazón. Sus párpados caen sobre sus ojos como si intentaran inútilmente ahorrarle parte de los horrores que le ha tocado presenciar, pero su mirada los atraviesa con una determinación bondadosa. Sus zapatos negros, perfectamente pulidos, suben y bajan, siguiendo la cadencia de la guitarra. Se ríe, se ríe como si estuviera en un parque de diversiones. Levanta el vaso y brinda, como si sobre sus hombros no pesara una sentencia de muerte. Como si nunca hubiese sido víctima de golpes, de intento de linchamiento, de prisiones injustas. Como si un narco no hubiese ofrecido cinco millones de pesos por su cabeza. En ese momento, rodeado de periodistas amigos, pareciera que en cualquier momento va a arrancar a aplaudir de la alegría. Sanz propicia la invitación. No es frecuente salir a bailar con un sacerdote que dice lo que piensa. Que señala al poder esté donde esté y cuyo único compromiso es realmente con los desposeídos, con quienes diariamente atraviesan México en “El tren de la muerte” desde Centroamérica, buscando llegar al sueño americano.
-Padre, ¿usted es jesuita?
-No, hija, cómo crees. No llegué hasta allá arriba, soy un mortal diocesano.
Su humildad solo lo hace más grande. Fundó el primer refugio para migrantes en la frontera mexicana-estadounidense llamado “Hermanos en el camino” en Ixtepec, Oaxaca. Para él, los hombres, mujeres y niños que pasan diariamente por allí son vocación de vida. Por eso no lleva la cuenta. Solo dice que son “cientos”. Acaso miles. Lo que sí especifica es que desde 2007 ya se han creado tres refugios más que pertenecen a su misión y en total calcula que se han abierto sesenta. Y aún así no se dan abasto. No alcanzan los días para denunciar, para alimentar, para esperanzar. Para llevarle la contraria al poder sordo a las necesidades de los “insignificantes”.
-Padre, ¿alguna vez pasó un venezolano?
-Sí, eran seis. Pero no querían quedarse, solo donaron para que termináramos el albergue.
Solalinde participó el 30 de septiembre en un foro llamado: Obsesiones de Gabo, componer entuertos descomunales. Durante su intervención, el sacerdote mexicano que es considerado el responsable de poner la luz sobre la muerte de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, dijo que en su país había una “cínicocracia”, abogó porque el próximo ocupante de la casa de gobierno fuera una mujer –incluso asomó el nombre de la periodista Carmen Aristegui- y aseguró que a estas alturas los periodistas superan a los representantes de la iglesia católica en la labor profética. “ Buscan la verdad, sufren presiones, oposición del poder político y fáctico, censura, riesgos, daños a su patrimonio personal y familiar, pérdida del trabajo. Son valientes, persistentes, publican la verdad superan el miedo, son voz profética. Lo que deberían hacer los pastores y los obispos, los sacerdotes, elevar la voz por ellos y por todos, no lo hacen: lo hacen los periodistas”.
-Padre, ¡qué bien baila!.
-Pues claro, soy mexicano. Vengo de un barrio popular y ahí todos bailamos.
Sus movimientos semejan los de un vals devenido en Caribe. Son suaves, acompasados, en algunos casos, imperceptibles. No hay manera de desconcentrarse. Alejandro Solalinde lleva el ritmo y no se pierde. Ha señalado a Ulises Ruiz, exgobernador de Oaxaca, como el responsable de que lo golpearan, lo encarcelaran e intentaran quemar su albergue con gasolina. Una turba de 50 personas dispuestas a acabarlos. Un, dos, tres; un, dos, tres y denuncia el negocio que significa secuestrar a los inmigrantes. Señala directamente al gobierno mexicano como responsable. Por cada uno de ellos son 2.000 o 5.000 dólares. Si no pagan, los matan. “Y desde el 2007 empecé a ver los primeros rastros de tráfico de órganos, por más que lo niegue el Gobierno. El Estado mexicano niega todo, todo, todo, aunque se lo estén demostrando. También la prostitución, la trata. Tantas personas que vimos desaparecer que nunca supimos ya de ellas y que entraron en ese cómputo terrible de más de 10.000 migrantes desaparecidos -dijo al diario colombiano El País- Porque algo he aprendido: cuando una persona está muy acobardada, de repente pierde el miedo y empieza a avanzar”. El cura no se calla, el cura sigue bailando.
-El otro día fui al dentista y mientras me hacía el tratamiento me empecé a reír. El médico quiso saber la razón y yo le dije que como estaba de moda que ahora se reconociera a la gente por los dientes, pues llegado el momento, los míos estarían bonitos.
No le gusta Donald Trump y le encanta el Papa Francisco. Vuelve a agradecer la oportunidad de estar allí. Como si no la mereciera, como si el héore, el santo no fuera él. Insiste en la valentía de los periodistas. Insiste en su admiración a los periodistas. El hombre, que como narra el periodista Emiliano Ruiz Parra para la revista Gatopardo: “toma un capuchino de treinta pesos y deja cincuenta de propina. Posee cinco camisas blancas de cuello Mao y dos guayaberas en su ropero, que él mismo lava y plancha. No tiene trajes, pero la blancura de su ropa basta para transmitir pulcritud y aliño. Su reloj cuesta ciento cincuenta pesos (Casio Illuminator), y no ha entrado a la generación de sacerdotes de BlackBerry, iPhone y iPad, aunque sí gasta pequeñas fortunas en tarjetas de prepago para sus teléfonos celulares, a donde lo llama la prensa nacional e internacional. Duerme en una hamaca dentro de un cuartito atiborrado de ropa, mochilas y libros de sus colaboradores, pero suele ceder ese espacio y tira un colchón en el patio donde pernocta rodeado de sus guardaespaldas. Si un migrante llega al albergue con los pies destrozados, él mismo va a la zapatería a comprarle un par de zapatos idénticos a los suyos. No tiene escritorio, ni secretaria, ni oficina. Recibe a la gente en una salita debajo de un techo de palma, y resulta imposible sostener una conversación con él sin que lo interrumpan cada dos minutos para pedirle jabón, papel sanitario, dinero, un vaso de agua. Se baña a jicarazos en un bañito que comparte con los voluntarios del albergue y usa un excusado que se desagua a cubetazos. Si entre los donativos del mercado de Juchitán llega una sandía, se la comerá sonriente aunque esté podrida”.
Son muchos años llevando la cruz a cuestas. Al padre se le sale el cura. De repente, después de unos segundos de silencio suelta: Jesucristo es un ser extraordinario. “Me han enseñado que la iglesia es peregrina y que yo mismo soy migrante. Me han enseñado esa fe tan grande: la esperanza, la confianza, la capacidad de levantarse, rehacerse y seguir el camino. Sería fantástico que como católicos tuviéramos la capacidad de los migrantes de levantarnos de tantas caídas y seguir caminando en la ruta de Jesucristo”, le dijo a Ruiz Parra.
-Padre, ¿ya no tiene ganas de bailar?.
-Claro que sí, pero mañana pasan a buscarte a las cuatro de la mañana. Es mejor que descanses.
Su segundo apellido es Guerra. Nada más apropiado. Un acorde habanero hace que el mundo gire. “Aquí ni Dios va a meter las manos, porque no es paternalista. Ni Dios ni nadie debe sustituir la conciencia del otro, la libertad del otro, la decisión del otro. Lo que toca ahora, sinceramente, es tener esperanza en la sociedad civil, porque los poderes de arriba se pueden quedar sentados; pero una sociedad civil con memoria, preparada, que conozca, que esté informada para que tome decisiones correctas. De lo contrario nos pegan de gritos, nos venden, nos atemorizamos, nos desarticulan… Los monstruos no están afuera, están dentro de nuestra sociedad”, dijo durante su intervención en los premios organizados por la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano.”Yo soy un hombre de mucha paz. Soy consciente de que en cualquier momento me van a matar, pero que no lo han hecho porque están evitando el costo político”. Ojalá que se vuelva impagable. Amén.