Tres semanas de cuarentena radical transcurrieron en Venezuela entre el 22 de marzo y el 11 de abril, ante el aumento de casos confirmados de COVID-19, según cifras oficiales. Solo establecimientos pertenecientes a los sectores priorizados (venta de alimentos, transporte, servicios y medicinas) fueron los autorizados para abrir sus puertas o subir las santamarías a los clientes.
Comerciantes consultados por Efecto Cocuyo, ubicados en la avenida San Martín, municipio Libertador (centro-oeste de Caracas), indican que ni en semanas flexibles se levantan las ventas. Sea alimentos, productos de limpieza o artículos no tan esenciales como un congelador, un colchón o una cocina nueva, afirman que la situación económica y la pandemia han alejado a muchos clientes de sus establecimientos.
“La gente solo compra lo estrictamente necesario”, dicen.
La arteria vial que conecta con El Silencio es conocida por la venta de muebles, electrodomésticos y cerámica. También por contar con un mercado municipal.
Ventas flojas
Dueños de establecimientos, encargados y empleados de negocios no priorizados sostienen que aun en semana radical necesitan ofrecer sus productos para evitar que el bajón en las ventas se profundice a causa de las restricciones. La venta “a puerta cerrada” y el delivery son las alternativas a las que decidieron apostar. A unos les resulta, a otros no tanto.

“Nos va un poco mejor si vendemos a puerta cerrada que por delivery, a la gente no le gusta comprar si no revisa el producto antes, aunque en estas tres semanas no pudimos abrir porque la policía estuvo bien estricta con el cierre”, manifiesta Héctor Fernández, de 50 años, empleado de un comercio de electrodomésticos.
Indica que lo que más sale de la tienda son cocinas, con un precio mínimo de 160 dólares y congeladores en 250 dólares. La compra de este último artefacto lo atribuye a la proliferación de ventas de helados, embutidos y carnes por cuenta propia.
“Las ventas han estado muy flojas a pesar de ser semana flexible, pienso que es la situación económica y la pandemia. Creo que hasta nos va mejor vendiendo a puerta cerrada en semana radical porque no todos los negocios de la cuadra lo hacen y así hay menos oferta”, dice sonriendo, Vanessa Rodríguez, encargada de una tienda de electrodomésticos y mueblería.
En su caso señala que lo que más se venden son colchones entre 30 y 40 dólares y las cama box (plataforma hecha de madera, forrada) entre 35 dólares (individuales) y 50 dólares (matrimoniales), ante la imposibilidad de llevarse una cama convencional por los altos precios.
“La gente pide rebajas hasta más no poder y trato de ser flexible para que el producto salga por el poco poder adquisitivo, a veces se cobra el transporte, otras no. La tienda se mantiene solo con dos empleados que es lo mínimo para funcionar”, agrega.
El delivery le funciona mejor a una conocida tienda de electrodomésticos, con dos establecimientos cercanos en la avenida San Martín, pero también recurren a la venta en el establecimiento sin abrir las puertas. En este caso el cliente llama (algunos pegan una hoja con el número de teléfono o las redes sociales en las puertas) y pregunta si están trabajando y se acerca.
Los transeúntes también saben qué comercio abre y cuál no por la presencia de al menos un empleado en la calle.
“Las ventas han bajado mucho porque el dinero no alcanza y también por el miedo al coronavirus. Aquí lo que más compran son lavadoras, neveras y ventiladores que cuestan entre 15 y 20 dólares”, comenta Rusbel, una empleada de 29 años.
Solo lo esencial
Este 14 de abril, el Mercado de San Martín lucía con pocos compradores, al punto que muchos pasillos, especialmente los de venta de ropa, estaban desolados.
En otros, los empleados de negocios de víveres, carnicerías, frutas, verduras y productos de higiene invitaban insistentemente a los escasos clientes a comprar, mientras anunciaban ofertas. En muy pocos se apreciaron colas.

“Últimamente las ventas han estado flojas sea semana radical o flexible. La gente está comprando muy poco, apenas harina (de maíz) que está en 1.840.000 bolívares; y caminan mucho por otros sitios fuera del mercado para buscar ofertas”, indica Alexis (45), encargado de un negocio familiar de víveres.
El señor Héctor de 65 años, tiene más de cuatro décadas vendiendo verduras, frutas y vegetales dentro del mercado. En su caso, lo que más vende son las verduras para la sopa.
“La gente está pegada al sartén porque ni los sueldos ni las pensiones alcanzan, además de estar saliendo poco por la pandemia, especialmente ahorita con tantos casos”, expresa.
Hasta este 13 de abril, cifras oficiales dieron cuenta de 176.972 contagios de COVID-19 desde la llegada de la pandemia y 1.815 fallecidos.
“Ni yo lo compro”
En este mercado municipal, los huevos se encuentran entre 4.790.000 y 4.800.000 bolívares el medio cartón y 9.400.000 de bolívares el cartón completo. El kilo de bistec en 11.000.000 de bolívares, de carne molina 9.200.000 de bolívares, el de pollo 5.837.000 bolívares y de filete de sardinas en 3.000.000 de bolívares.
Una popular marca de mortadela se consigue en 7.520.00 bolívares el kilo, mientras que el queso tipo paisa tiene un costo de 10.150.000 bolívares.
“Muy lentas las ventas, la situación económica está muy mala. Un kilo de bistec en 11 millones de bolívares ni yo lo compro”, dice sin tapujos el empleado de una carnicería que solo se identificó como Daniel, de 29 años.
Menciona igualmente que en semana radical entra más gente al mercado porque hay más negocios cerrados que abiertos en la calle.
En contraste, son los llamados “comercios chinos”, concentrados en número a la altura de Capuchinos, los que exhiben mayor presencia de compradores. Consumidores señalan que algunas cosas son más económicas que en los puestos municipales o cadenas de farmacias y supermercados, entre ellos el papel sanitario, lavaplatos y tintes para el cabello.