Héctor Carballo, todo por sus hijas

CORONAVIRUS · 2 JULIO, 2020 14:53

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María Victoria Fermín Kancev | @vickyfermin


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El mundo de Héctor Carballo eran sus hijas. La conexión con su primogénita fue extraordinaria incluso antes de que ella naciera. “Bebé, si estás ahí, muévete para saber si existes”, susurró Héctor acostado en las piernas de Judith, luego de que su entonces novia le confesara que tenía un retraso en el período.

“Contarlo es no creerlo pero, en ese momento, ella se movió de lado a lado tres veces. Esa fue mi prueba de embarazo”, recuerda quien después se convirtió en su esposa por 23 años.

“Cuando nació, él no se separó de nosotras. Al verla lo que hizo fue llorar. Le habló y la niña le respondió con la mirada”. Desde ahí el vínculo entre ellos se hizo cada día más estrecho. Y es que, Dilgreth Paola podía presentir incluso cuando su papá iba a llegar a la casa o si se sentía enfermo.

“Era algo en mi pecho que no sé cómo lo sentía, lo llamaba y él me lo confirmaba. Como cosa muy extraña de repente pensaba en sus pasos y como él fue alérgico toda su vida podía escuchar cómo se sacudía la nariz y no pasaba media hora cuando llegaba. Al igual que cuando yo estaba enferma él soñaba conmigo”, cuenta.

Judith Acevedo aún recuerda el abrazo que Héctor le dio cuando pasó a verla en el quirófano el día que nació Dilmar Johana, la segunda hija del matrimonio. “Me dio las gracias por el regalo tan grande que le había dado, nuestras hijas”. Ese día, también lloró. Un gran sueño que tenía era verlas graduarse.

Siempre presente

Para la menor de las hermanas Carballo Acevedo duele tanto la pérdida de su papá “porque él siempre estuvo. Lejos o cerca ¡pero estuvo!”. Héctor siempre tuvo respuestas para sus preguntas.

“Recuerdo que un día le dije ‘papi tengo un examen para mañana de química’. Él, disgustado, me pregunto qué por qué no le había dicho antes. Me dijo que preparáramos café porque la noche iba para largo”. Al día siguiente la joven obtuvo una de las calificaciones más altas.

“Me tenía paciencia, siempre comenzaba a explicarme desde el origen de todo la física, la química, la matemática, siempre comenzaba desde lo primordial”.

La decisión de irse a Lima la tomó Héctor con su familia en julio 2018, en medio de la emergencia humanitaria en Venezuela. Acordaron que él se iría primero y después lo alcanzarían su esposa y las dos muchachas, de 23 y 18 años de edad. En Perú logró seguir ejerciendo su profesión como nutricionista en un gimnasio.

“Al transcurrir el tiempo prefirió que nos quedáramos aquí, porque vio lo duro que era migrar… nos quedamos a la espera del retorno, pero nunca llegó”, dice Acevedo a casi dos meses de su muerte, el pasado 16 de abril.

Hasta ese hecho, pudo presentirlo Dilgreth: “Días antes de su muerte soñé con él me levante llorando y lo llamé, pero sus palabras fueron: quedate tranquila que estoy bien”.

Constante y solidario

Su familia y amigos lo recuerdan como un hombre inteligente, humilde, de carácter fuerte pero alegre y ocurrente, solidario y respetuoso de la ley.

“Cuando mi hija mayor cumplió los 18 años, él la sentó y le dijo: ‘Bueno, hoy cumples la mayoría de edad. Hasta ayer nosotros éramos responsable de tus actos, a partir de hoy eres tú la responsable de tus actos, ya te regirá la ley, te condenará la ley y la sociedad. Eso hay que respetarlo”.

El hombre de 43 años de edad, egresado de la Universidad de Los Andes, solía decir que en la vida había que tener constancia para lograr las cosas. Eso lo demostró con hechos mientras estudió la carrera en otro estado, Mérida. “Se iba los domingos en la tarde y regresaba los viernes a Barinas”, relata su esposa.

Luego de que falleciera, Judith recibió una llamada de una mujer desconocida. Le contó que su hija también había migrado a Perú y una vez, contando el dinero que necesitaba para comer frente a un restaurante, Héctor se le acercó al notar que era venezolana. Luego supo que también era egresada de la ULA. Ese día compartió su comida con ella y a partir de ahí le tendió la mano. “Señora a usted se le fue un ángel”, le dijo al darle el pésame.

Esta nota forma parte del Programa Lupa, liderado por la plataforma digital colaborativa Salud con Lupa, con el apoyo del Centro Internacional para Periodistas (ICFJ).

CORONAVIRUS · 2 JULIO, 2020

Héctor Carballo, todo por sus hijas

Texto por María Victoria Fermín Kancev | @vickyfermin

El mundo de Héctor Carballo eran sus hijas. La conexión con su primogénita fue extraordinaria incluso antes de que ella naciera. “Bebé, si estás ahí, muévete para saber si existes”, susurró Héctor acostado en las piernas de Judith, luego de que su entonces novia le confesara que tenía un retraso en el período.

“Contarlo es no creerlo pero, en ese momento, ella se movió de lado a lado tres veces. Esa fue mi prueba de embarazo”, recuerda quien después se convirtió en su esposa por 23 años.

“Cuando nació, él no se separó de nosotras. Al verla lo que hizo fue llorar. Le habló y la niña le respondió con la mirada”. Desde ahí el vínculo entre ellos se hizo cada día más estrecho. Y es que, Dilgreth Paola podía presentir incluso cuando su papá iba a llegar a la casa o si se sentía enfermo.

“Era algo en mi pecho que no sé cómo lo sentía, lo llamaba y él me lo confirmaba. Como cosa muy extraña de repente pensaba en sus pasos y como él fue alérgico toda su vida podía escuchar cómo se sacudía la nariz y no pasaba media hora cuando llegaba. Al igual que cuando yo estaba enferma él soñaba conmigo”, cuenta.

Judith Acevedo aún recuerda el abrazo que Héctor le dio cuando pasó a verla en el quirófano el día que nació Dilmar Johana, la segunda hija del matrimonio. “Me dio las gracias por el regalo tan grande que le había dado, nuestras hijas”. Ese día, también lloró. Un gran sueño que tenía era verlas graduarse.

Siempre presente

Para la menor de las hermanas Carballo Acevedo duele tanto la pérdida de su papá “porque él siempre estuvo. Lejos o cerca ¡pero estuvo!”. Héctor siempre tuvo respuestas para sus preguntas.

“Recuerdo que un día le dije ‘papi tengo un examen para mañana de química’. Él, disgustado, me pregunto qué por qué no le había dicho antes. Me dijo que preparáramos café porque la noche iba para largo”. Al día siguiente la joven obtuvo una de las calificaciones más altas.

“Me tenía paciencia, siempre comenzaba a explicarme desde el origen de todo la física, la química, la matemática, siempre comenzaba desde lo primordial”.

La decisión de irse a Lima la tomó Héctor con su familia en julio 2018, en medio de la emergencia humanitaria en Venezuela. Acordaron que él se iría primero y después lo alcanzarían su esposa y las dos muchachas, de 23 y 18 años de edad. En Perú logró seguir ejerciendo su profesión como nutricionista en un gimnasio.

“Al transcurrir el tiempo prefirió que nos quedáramos aquí, porque vio lo duro que era migrar… nos quedamos a la espera del retorno, pero nunca llegó”, dice Acevedo a casi dos meses de su muerte, el pasado 16 de abril.

Hasta ese hecho, pudo presentirlo Dilgreth: “Días antes de su muerte soñé con él me levante llorando y lo llamé, pero sus palabras fueron: quedate tranquila que estoy bien”.

Constante y solidario

Su familia y amigos lo recuerdan como un hombre inteligente, humilde, de carácter fuerte pero alegre y ocurrente, solidario y respetuoso de la ley.

“Cuando mi hija mayor cumplió los 18 años, él la sentó y le dijo: ‘Bueno, hoy cumples la mayoría de edad. Hasta ayer nosotros éramos responsable de tus actos, a partir de hoy eres tú la responsable de tus actos, ya te regirá la ley, te condenará la ley y la sociedad. Eso hay que respetarlo”.

El hombre de 43 años de edad, egresado de la Universidad de Los Andes, solía decir que en la vida había que tener constancia para lograr las cosas. Eso lo demostró con hechos mientras estudió la carrera en otro estado, Mérida. “Se iba los domingos en la tarde y regresaba los viernes a Barinas”, relata su esposa.

Luego de que falleciera, Judith recibió una llamada de una mujer desconocida. Le contó que su hija también había migrado a Perú y una vez, contando el dinero que necesitaba para comer frente a un restaurante, Héctor se le acercó al notar que era venezolana. Luego supo que también era egresada de la ULA. Ese día compartió su comida con ella y a partir de ahí le tendió la mano. “Señora a usted se le fue un ángel”, le dijo al darle el pésame.

Esta nota forma parte del Programa Lupa, liderado por la plataforma digital colaborativa Salud con Lupa, con el apoyo del Centro Internacional para Periodistas (ICFJ).