EAG21 - LAS VEGAS (EE.UU.), 3/10/2017.- Feligreses de la iglesia de The Gathering oran cerca del hotel Mandalay Bay en memoria de las víctimas del tiroteo en masa en Las Vegas, Nevada, EE.UU., 03 de octubre de 2017. Informes de la policía indican que un pistolero, identificado como Stephen Paddock, 64, disparó desde un piso superior del hotel Mandalay Bay y mató a 58 personas e hirió a más de 500 antes de suicidarse mientras la Policía ingresaba a su cuarto en el hotel, según se informó. EFE/EUGENE GARCIA

Estaba en el ambiente. Se presentía, nosotros sabíamos que podía llegar, pero preferimos aferrarnos a la esperanza de que no sucedería. Escuchábamos reportes, noticias de entrenamientos y en cada gran evento, que en nuestro hogar hay muchos, el corazón nos llegaba a la boca.

“No llevemos a los niños a ese festival”, era el comentario común entre mi esposa y yo. “Evitemos esas multitudes con nuestros hijos” comenzamos a decirnos desde hace dos años. No nos había vencido el miedo aún, pero sentíamos que la precaución era vital para evitar males mayores.

Cada año nuevo, cada 4 de julio, Halloween o feriado en la ciudad, suponía una nueva prueba de fuego para la comunidad y las autoridades. Sin embargo, como todo acto de maldad, el golpe llegó cuando menos lo esperábamos, cuando no suponíamos que llegaría.

Y fue tan inesperado como sorpresivo. No fue un musulmán, no fue un “bad hombre”, tampoco fue un inmigrante. Fue un hombre blanco, el que se encargó de colocarnos en los registros más oscuros de la historia.

La desdicha del que se encarga de hacer cumplir la ley es que siempre está en desventaja. No importa cuánto planifique, trabaje o lo intente. El que viola la ley siempre lleva la delantera. Se aprende de las desdichas, de los tropiezos, y de las experiencias más amargas, me dijo una vez un oficial. Vaya que esta ocasión será una de esas.

No importó cuántos agentes encubiertos y fuera de servicio había en el concierto. No bastaron los oficiales apostados en los alrededores, ni tampoco los oficiales de seguridad en el Casino. Menos los vaqueros armados que defienden el derecho a portar armas y que asistían al evento. A las 10:08 minutos de la noche, en medio de un festival de música country que agrupaba a más de 20 mil personas, un hombre, desde una habitación del piso 32 del hotel y casino Mandalay Bay, en pleno corazón de la ciudad, puso en vilo a un país entero por 15 minutos.

La historia ya la conocemos. La tragedia es más que evidente. 59 fallecidos y 527 heridos por la lluvia de balas que silenció el festival y a la par a una ciudad entera. Las Vegas que se alarmaba por tener más de 100 muertes violentas en un año, veía en una noche sobrepasar el 50% de esa cifra. Las sirenas de las patrullas comenzaron a hacer juego con las imponentes luces del “Strip”, el caos y la incertidumbre se fueron apoderando de la noche.

“Hay más de un tirador” era el rumor que corría como pólvora por las redes, mientras que en miles de hogares, con familiares que trabajan en los distintos casinos de Las Vegas Boulevard, se apresuraban a contactar a sus seres queridos. En cuestión de horas, la calle que recibe a cerca de 50 millones de turistas en un año estaba desolada. El estruendo de los disparos había cesado, pero el silencio que se apoderó del corazón de la ciudad, causaba un daño aún más profundo y doloroso.

La ciudad que no duerme por la fiesta y el alcohol vivió un desvelo amargo. Miles de televisores encendidos esperaban los reportes de la Policía. “2 muertos y 20 heridos”, la primera información oficial. Las oraciones imploraban que no fuera una masacre. “20 fallecidos y más de 200 heridos”, la tristeza comenzaba a apoderarse de todo. “Más de 50 muertos y 500 heridos”. Finalmente llegó el golpe que nos terminó de fracturar: .

Las Vegas, que presumía ser una de las más seguras cuando de turismo hablamos, caía de rodillas ante un ataque armado. Se convertía en el tiroteo más mortal de la historia de los Estados Unidos, superando al de Orlando en el año 2016, cuando otro hombre armado acabó con la vida de al menos 49 personas.

Esperanza

La mañana siguiente la ciudad despertó distinta. Menos tráfico, ausentismo escolar y caras largas como muestra de tristeza. Un frío que había tardado en llegar apareció esa mañana haciendo el ambiente un poco más pesado. Sin embargo, el duro golpe del tiroteo que había arrebatado la vida de decenas y puesto en riesgo a cientos de personas, no pudo quebrantar la voluntad de los Nevadenses.

En masa acudieron a los hospitales. El ejemplo de la noche anterior, cuando particulares trasladaron heridos en sus vehículos para ayudar a los rescatistas, fue el combustible anímico que necesitaba la ciudad. Largas filas para donar sangre se pudieron apreciar en los distintos puntos habilitados.

Igual experiencia se vivió con la donación de artículos necesarios, como alimentos y ropa. Muchos centros se vieron obligados a redirigir donaciones a otros pues habían llegado a su máxima capacidad. Nevada demostraba que aquel dicho “lo peor saca lo mejor del ser humano” era cierto.

La noche llegó y con ella la vigilia. Sin importar las religiones, los habitantes de la ciudad se congregaron para homenajear a las víctimas de la maldad de Paddock. Entre abrazos, lágrimas y palabras de aliento, los presentes intentaron buscar el consuelo que las balas les habían arrebatado la noche anterior.

Quienes vivimos en Las Vegas miramos con cierta gracia a los turistas cuando un avión está por aterrizar en nuestro hogar en horas de la noche. El movimiento curioso de sus cabezas, buscando las luces del Strip, siempre ha servido para identificar a los visitantes. Todos quieren deslumbrarse con la majestuosidad de la fuente del “Bellagio”, la imponente “High Roller” del “The Linq”, la altura impactante del “Stratosphere” o la belleza de las réplicas de la Torre Eiffel o la Estatua de la Libertad a las afueras del Casino “New York New York”. Quizás por ello, lo que quizás más impactó de la noche posterior al tiroteo, fue ver como la oscuridad se apoderó del Strip.

En homenaje a las víctimas la majestuosidad cedió ante el necesario respeto. Por un lapso de una hora, Las Vegas Blvd. escondió el dolor en la atípica oscuridad. No, no fue una derrota, fue una muestra de solidaridad para aquellos que tanto perdieron la noche del 1ro de octubre.

El viejo debate

Ya la ciudad trata de recuperarse. Hasta el viejo refrán popular “lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas” se vio vencido. El mundo se enteró de la amarga noche que vivimos. Sin embargo, no había tiempo que perder.

Varias preguntas incómodas para algunos políticos han surgido: ¿Cómo este hombre pudo tener casi 40 armas en su poder, además de químicos, explosivos y miles de municiones, sin despertar la más mínima sospecha de las autoridades? ¿Por qué si los nevadenses votaron en 2016 para hacer más estrictos los controles para obtener armas, aún las autoridades no han movido un dedo para convertir ese deseo en ley? ¿La “democracia ejemplar de occidente” osa contrariar la voluntad popular de más de un millón de electores que pidieron un cambio en las urnas?

Mientras esas preguntas comienzan a ser un problema para algunos, a menos de un año de una nuevas elecciones, los responsables de impedir una legislación que haga más estricto el proceso y los controles para comprar un arma tratan de desmarcarse. El Fiscal General de Nevada, Adam Laxalt, quien con orgullo el 28 de abril de 2017 en una convención de la Asociación Nacional del Rifle mostró sus esfuerzos para combatir las políticas del expresidente Obama en materia del control de armas, borró de su portal sus posturas en pro al derecho de los ciudadanos de obtener precisamente armas de fuego.

Y cuando este debate se abre y toma fuerza, y mientras algunos políticos buscan lavar su imagen, las compañías que fabrican armas se frotan las manos. Y es que cada vez que un posible control se asoma en los medios, las compras nerviosas comienzan y en Wall Street vemos subir el precio de las acciones de los principales proveedores de armamento.

“Home means Nevada”

Ese es uno de los refranes que más me ha enamorado en la vida, sobretodo cuando llegué quebrado a esta ciudad, con dos hijos, una esposa y más incertidumbre que comida. “Nevada significa mi hogar”, porque para un inmigrante que escapó de la violencia y encontró un lugar donde comenzar, esta tierra lo es casi todo.

Sin embargo estamos devastados, y es que en cierta forma sentimos que nos han ganado. Ir al “Strip” jamás será igual, el miedo se ha apoderado de muchos, entre ellos mi familia. Porque mientras debatimos si este es o no un caso de terrorismo, o si debemos controlar o no las ventas de armas en los Estados Unidos, en muchos hogares como en el mío, el temor nos paraliza, nos aterra.

El sonido de las ráfagas se repite una y otra y otra vez, como una especie de recordatorio de que en cualquier momento y en cualquier lugar, un nuevo Paddock puede aparecer para apagar otra vez las luces y recordarnos que el miedo está ganando la batalla.

Por Alexander Zapata, periodista venezolano residente en Nevada.

Foto: Feligreses de la iglesia de The Gathering oran cerca del hotel Mandalay Bay en memoria de las víctimas del tiroteo en masa en Las Vegas, Nevada, EE.UU.. Informes de la policía indican que un pistolero, identificado como Stephen Paddock, 64, disparó desde un piso superior del hotel Mandalay Bay y mató a 58 personas e hirió a más de 500 antes de suicidarse mientras la Policía ingresaba a su cuarto en el hotel, según se informó.

EFE/EUGENE GARCIA.

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