“Tengo 63 años y no tengo ni miedo ni cansancio. No tengo explicación de por qué no me canso, pero es así”, confiesa Carlos Julio Rivera mientras sale de su casa en La Candelaria. La convocatoria de este 10 de mayo es para las 10:00 am, pero se levantó a las 5:30 am como siempre y salió a las 8:30 am a la avenida Urdaneta para tomar un autobús hasta Chacaíto. Ahí, junto a sus compañeros jubilados del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (Ivss) se uniría a la “Marcha de los Abuelos” convocada por la oposición.

No lleva una gorra tricolor, pero sí una franela con la bandera de Venezuela disimulada bajo una chaqueta azul. Se cubre del sol usando una gorra con la insignia de los Leones del Caracas en la cabeza. No carga ni bolso ni botella de agua con bicarbonato: se encomienda a la solidaridad de los amigos con los que se encuentra allá en caso de que haya represión. Va ligero y sin expectativas.

Este viernes no solo es la Marcha de los Abuelos, también se acerca la quincena y su teléfono no para de sonar. Son otros jubilados y pensionados que llaman para saber cuándo será el próximo pago. Él, como presidente de la asociación de quienes hace años conformaban las nóminas del Ivss, contesta. La mayoría de las veces no tiene solución a los problemas de la gente.

“Son 41 mil jubilados y pensionados. Me llaman llorando, me dicen que se quedaron sin dinero y que no tienen con qué comer. Piden que les liberen el pago”, lamenta. “Nosotros no estamos cobrando un sueldo, sino una limosna. En esta lucha tratamos de recuperar el poder adquisitivo“, añade.

“¿Quiénes somos? ¡Los abuelos! ¿Qué queremos? ¡Losartán!”, gritaban
“¿Quiénes somos? ¡Los abuelos! ¿Qué queremos? ¡Losartán!”, gritaban

Una vez en Chacaíto se consigue con otra pensionada del Metro de Caracas. Una empanada y un café le bastan para aguantar el combate. Después de desayunar, se planta en el pavimento de la plaza Brión. Una oficial de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) les comunica a los abuelos ya concentrados en el sitio que tienen la orden de no dejarlos pasar. Unos intentan dialogar; otros entierran las palabras entre pitos, insultos y cacerolazos.

“Yo no estoy de acuerdo con que le anden mencionando la madre a los policías. Pasado mañana es el Día de las Madres, ¿qué culpa tienen esas mujeres de lo que hagan sus hijos”, comenta tras retirarse del círculo de abuelos que rodeaban a un funcionario. A unos 70 metros, un piquete de puras uniformadas esperaba a los manifestantes de la tercera edad.

Junto a otros compañeros de lucha, se colocó detrás de una pancarta que rezaba “Comité de Derechos Humanos para la defensa de los pensionados, jubilados y adultos mayores“. Las cámaras estaban al frente, pero a los abuelos no les molestaban. Como si fuera un escudo, arrancaron el paso en la delantera de la marcha.

“¡Escalón!”, gritaban para advertirse unos a otros. Siguieron y el piquete no se movía. Caminaron más y más sin desacelerar el paso. Sexagenarios, septuagenarios y octogenarios no iban a dar un paso atrás. Y entonces chocaron. Ya no había espacio, solo la pancarta y el escudo de la PNB separaban los cuerpos.

“¡Queremos pasar! ¡Queremos pasar!”, gritaban con desespero. Se abalanzaron sobre el piquete. Como podían, recostaban los cuerpos del material traslúcido de los escudos. Un spray quebró la voluntad. “¡Me echaron en los ojos!”, gritó uno. Carlos, que estaba en el frente, cayó al piso en el forcejeo. La pimienta le ardía en los ojos.

Residuos blancos en su piel morena evidenciaban que lo auxiliaron con agua y bicarbonato de sodio. Otra vez volvieron a insistir, otra vez le rociaron gas pimienta en la cara. Ante la insistencia, la policía abrió el piquete. Los oficiales se colocaron hacia los lados y dejaron pasar a los abuelos. “¡Sí se puede, sí se puede!”, retumbaba en el bulevar de Sabana Grande.

Carlos Rivera tras ser reprimido con gas pimienta por la PNB

“Vamos más despacio, vamos a esperar a los demás”, pedían los de la tercera edad. Adelante, Carlos solo buscaba cómo llegar a la avenida Libertador. Por minutos pareció posible que los abuelos podrían llegar a la Defensoría del Pueblo para exigir sus derechos; pero otro piquete, esta vez de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), a la altura de Pdvsa en La Campiña, frenó el paso.

“¡Queremos pasar! ¡Queremos pasar!”, volvieron a gritar los abuelos, pero ahora desde la avenida Libertador. Una hora y media se plantaron en la vía pública, pese a la lluvia y al hambre. Tras minutos de discusión con los policías, un representante de la Defensoría del Pueblo fue hasta el sitio para recibir las exigencias de la tercera edad en un documento.

Cuando les dijeron que se retiraran los abuelos, Carlos se fue y dio paso a los jóvenes de la resistencia. Fueron cuatro horas de marcha, golpes y forcejos. Tres veces le rociaron gas pimienta al rostro y dos veces cayó al piso, pero asegura no tener miedo, que en la próxima marcha volverá a estar ahí de primero.

“Pa’ mí que ellos tienen más miedo que nosotros. Ellos saben que lo que hicieron es atroz“, asegura.

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