No se cómo empezar estas líneas, es mucho el dolor que encuentro a mi alrededor —pero también en mí—, a pasar de ello no nos caemos, seguimos adelante. Una de las vivencias capaces de impulsarnos como personas y como convivientes de una gran cultura como la nuestra es la ESPERANZA.

La pobreza nos va dejando sin vestidura, con lo esencial, ahí o nos replegamos en nuestra individualidad o nos abrimos al otro —asumo el segundo—. En ese camino de apertura van ocurriendo cosas en un contexto especialmente conflictivo. Desde la mirada de los políticos e intelectuales críticos, aparecen dos sujetos: el poder y el que se somete al poder. Pensados en esa línea conceptual se puede ser muy duro con ambos. El primero porque somete y el segundo porque se deja someter.

La apertura de la que hablo propone un primer reto: pensar al “sometido” fuera de esa dicotomía, entonces ya no lo podemos llamar así, tendríamos que pensarlo como persona, sin más, que pertenece a un pueblo y cultura. Dejar el peso del sometimiento, la imposición y el autoritarismo en el lugar que debe estar: en el régimen, en quien tiene el poder que gobierna.

En el sistema de opresión del régimen están los distintos mecanismos de control socio-político, a lo largo de estos 18 años se han paseado por múltiples y diversos dispositivos de dominación, hoy perfeccionan uno que ha dado resultado en situación de guerra y de extrema pobreza: la cartilla de racionamiento —en voz del régimen venezolano—, el carnet de la patria que controla los claps, gran maquinaria del hambre, ¡nunca los pobres fueron tan rentables para los políticos del régimen socialista en Venezuela!

Una cosa es lo que significan los Claps para el régimen y otra lo que significan para la gente. Para el régimen ya sabemos, para el común de las personas significa sobrevivir, término duro, porque implica quedar vivo después de un acontecimiento trágico. Nuestra tragedia nos ha dejado sin comida, sin libertad, sin movilidad, sin seguridad, sin salud y un largo etc.

En la tragedia hay que acudir a algunos mecanismos que permitan continuar viviendo; lo que menos quieren escuchar quienes sufren es que son el engranaje de un sistema de dominación y que gracias a  la maquinaria pueden mantenerse en pie, entre otras cosas, porque no es así. El artífice del control es el único responsable, si la gente saca el carnet es porque van quedando pocas alternativas para mantenerse en pie.

El “carnet de la patria” no se saca porque se crea en el proyecto político que lo produce, ni porque piensen que de ese modo se puede resolver los múltiples problemas económicos y, mucho menos, por flojera, porque se trata de “un pueblo pedigüeño que no le gusta trabajar”. ¡Absolutamente no! Se saca porque el salario mínimo es de apenas 4 dólares mensuales, que un kilo de azúcar cuesta un dólar, uno de queso casi un dólar y medio, por mucho que se trabaje (que lo hacen con una disciplina y un sacrificio enorme) no pueden generar los recursos suficientes para sobrevivir.

¿Qué lo económico es solventado por la posesión del carnet? No, la caja Clap —dicho por los mismos consumidores— no alcanza ni para una semana, pero en la fatigada vida de trabajo y esfuerzo resolver una semana de comida es darse un respiro en esa dura carrera por sobrevivir.

¿Qué quiere escuchar el sufrido pueblo de parte de una dirección política? Que esto va a cambiar, que decidió acompañarles no solo desde el discurso sino en la apuesta diaria por construir espacios de organización y poder comunitario que logren poner límites a un régimen que consiguió destruir el aparato productivo, los servicios de salud pública, la educación, el transporte, la vialidad, etc., sometiendo a todo un pueblo a una interminable y fatigada carrera por existir.

El reto es producir acompañamiento físico, estar ahí, convertirse en la referencia anclada en el pasado, ser testimonio de la convivencia atacada por el régimen. Es importante saber que las familias cuentan historias, que los adolescentes y jóvenes tienen referencia de una Venezuela que no vivieron pero que las madres se las narran, con añoranza dicen cómo siendo pobres tenía comida, ropa, salud, transporte. El clap no es ni el pasado que se vivió ni el futuro con el que sueña la inmensa mayoría de los empobrecidos por este régimen.

Como pueblo queremos escuchar y palpar solidaridad, que se nos hable y acompañe en una lucha que nos lleve a salir de esto, no que se condene a un sector de la sociedad porque está forzado a obtener un instrumento que descuenta una semana de comida limpia en medio de semanas que están obligados a sacarla de la basura porque es materialmente imposible comer de otra manera.

En estos tiempos de adviento renace la esperanza cristiana y en ella está todo un pueblo intentando rehacerse para el futuro. El acompañamiento divino es promesa de bienestar y no de adversidad, como claramente lo dice el profeta Jeremías: “Porque yo se muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza”. ¿Nos acompañarán, también, los políticos y gente de buena voluntad?

Foto: Archivo Efecto Cocuyo

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