Sin duda alguna hay diversas opiniones acerca de las próximas elecciones parlamentarias del 6 de diciembre. Yo considero que puede ser La última oportunidad del Magallanes.

No me refiero, por supuesto, a la novela homónima que el magnífico escritor yaracuyano Rafael Zárraga (1929-2006) publicara en 1978. Zárraga, también periodista y excelente cuentista, lo que hizo fue tomar una expresión que ya se ha vuelto popular en el habla venezolana. Me refiero a un final de campeonato entre los eternos rivales: Leones del Caracas y Navegantes del Magallanes, los equipos más populares del beisbol criollo, como sinónimo de momento histórico que genera la máxima tensión y electriza la atención de todos los fanáticos de la pelota.

¿Qué tiene que ver el beisbol con la política se preguntará más de uno? Pues mucho más de lo que se piensa a primera vista. Comenzando porque se trata de una competencia en la que intervienen dos equipos (en realidad son más), pero se pueden reducir a dos: Gobierno y oposición.

En segundo lugar, hay unas reglas que ambos equipos se comprometen a cumplir. En beisbol está claro que a nadie se le ocurriría cambiar las reglas, que son antiguas y están aceptadas universalmente. Foul atajado es out, tres strikes es ponchado, un inning se compone de dos entradas, y así por el estilo. El manual de reglas del beisbol es un libro de muchas páginas y en Venezuela, donde es el deporte más popular, casi todo el mundo las conoce.

Lo curioso es que así como se respetan las reglas de juego en el beisbol, en política pareciera que no hay ningún manual de actuación, las reglas no están escritas y por ende cualquiera se cree con derecho a cambiarlas. Ocurre con las elecciones donde parece normal que el Gobierno arranque la campaña electoral con ventaja, usando el poder del Estado, su hegemonía mediática y los recursos financieros, que son de todos los venezolanos, para promover sus candidatos.

Eso en beisbol equivale a la situación que se produce cuando un equipo no juega en su casa sino en otro terreno desconocido y con un público mayoritariamente hostil. Por supuesto que el equipo anfitrión tendrá la ventaja adicional de conocer mejor el terreno de juego y contar con el apoyo de sus fanáticos de siempre.

Por el contrario, el equipo visitante tendrá la tensión adicional de soportar la presión de un público adverso que se manifiesta en pitas, abucheos y a veces en agresiones físicas. De todos modos, si el equipo visitante gana, el anfitrión no tendrá otra opción que reconocer esa victoria. Será lo legal. No podrá ser de otra manera.

Otra similitud es que el beisbol, como todos los deportes, cuenta con árbitros competentes cuyas decisiones a veces pueden ser cuestionadas pero generalmente son inapelables. Por supuesto, que el árbitro no puede ser de ninguno de los dos  equipos en pugna porque es de cajón que si lo fuera favorecería a su equipo en las decisiones a tomar.

Lo que ocurre en este caso es que lamentablemente el árbitro, en estas elecciones, equivalente a una gran final de serie entre los eternos rivales los Leones del Caracas y los Navegantes del Magallanes, es fanático de uno de los dos equipos y estamos seguros de que tratará de favorecer en todo momento al equipo de su favoritismo, aunque jamás lo admita en público.

Es por eso que el equipo visitante, que juega en desventaja, tendrá que remontar la cuesta de las adversidades, las trabas y dificultades que tanto el equipo anfitrión como el árbitro le pondrán por delante.

Por eso es muy importante que quienes están hartos de hacer colas y de comprar las entradas al estadio con sobreprecio, acudan el 6 de diciembre a apoyar al único equipo que puede hacer que las cosas cambien. Puede ser la última oportunidad de la democracia. Esperemos que el árbitro no permita que se imponga el juego sucio.

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