Desde hace años, en Venezuela hay una conspiración en la que participan civiles, militares, empresarios, gente de derecha, de izquierda, de arriba, de abajo, de adentro, de afuera, y, por supuesto, del Gobierno. Es una conspiración contra la gente, contra su psique y su cuerpo. Un contubernio para hacer el país donde vivimos cada vez más invivible.

Se trata de una conspiración porque es una acción soterrada, oscura, de la que nadie asume responsabilidad pero los sediciosos dirigen el golpe a la mayoría de la población, sin piedad.

El acuse de ese golpe es inversamente proporcional a la disponibilidad de recursos económicos.
Mientras menos tengas, más fuerte te pega. Por ello, los más pobres son los que llevan más palo. Por más bonos, ayuda alimentaria y habitacional que reciban algunos.

Ser pobre en Venezuela en estos momentos es ser un condenado a muerte. Sentencia que se ejecutará a inmediato plazo si se presenta un problema de salud/accidente o a más largo plazo por la desnutrición, los daños orgánicos y psicológicos como consecuencia de la mala alimentación, el hambre, la rabia, la desesperación.

Y pobre en Venezuela es casi toda la población. La clase media es una especie en peligro de extinción por su pérdida adquisitiva o huida al exterior.

Precisamente, este artículo es para quien está por allá. No necesariamente para los venezolanos que saben y han vivido este escrito, sino para los extranjeros que preguntan, comentan sobre la vida cotidiana aquí.

Un día para quienes vivimos en Venezuela comienza por agarrar fuerzas que no tienes para enfrentar lo que te espera. Algo pesado. Calamidades sabidas: falta de agua corriente o la tenencia, por poco tiempo, de una que no pareciera apta para el consumo humano; la carencia extendida de café, de pan, de leche, de huevos, de frutas. Todos en el plano de la añoranza. Hay afortunados que desayunamos, pero muchos, incluidos escolares, se van a la calle sin nada en el estómago. Probable así regresen al caer la tarde pensando en que Dios proveerá.

A la carencia de agua y alimento se agrega, con frecuencia, la de energía eléctrica, o los bajones repentinos de luz que queman termostatos, computadoras, piezas de ascensores, refrigeradores, con las previsibles consecuencias en la economía comunitaria/ familiar. Ya duele la cabeza, el espinazo y, por supuesto, el bolsillo.

Y, quiérase, o no, hay que salir de casa a lo que sea. Eso significa el tránsito diario por un calvario con muchas más estaciones que las de Jesús. En Caracas, el servicio de metro es gratis, como en pocos lugares del mundo. No hay monedas, ni tecnología que permita cobrarlo. No pagas dinero pero tu paciencia, la tolerancia a la suciedad, al mal servicio y el esfuerzo por proteger tus propiedades, tienen un alto costo. Si logras llegar donde vayas, comienza la tortura de pensar cómo regresar.

Otras formas de transporte público casi han desparecido y el poco disponible hay que pagarlo, como en todo el mundo, en efectivo que, en Venezuela, no hay.

Si vas al trabajo o al sitio de estudio, la pesadez, la desmotivación extendida, se contagia. El único entusiasmo es que pasen rápido las horas para salir corriendo de allí.

Las gestiones bancarias, como ejemplo, son como un castigo de Dios. Si es presencial, el servicio es tan deficiente, lento, con poca probabilidad de que te den tu dinero que a las 6:00 am hay clientes esperando que abran las puertas dos horas después. Si es virtual la gestión, tienes que encomendarte a todos los santos a ver quién te echa una ayudadita con la internet que no conecta, que se cae, que maldices, que abortas lo que deseas y al otro día, muy probablemente, será igual.

Así con cualquier otra diligencia que tengas que hacer ante una institución pública o privada. Toda racionalización de gasto lo hacen a costa de la gente.

El agotamiento, la frustración, la impotencia te hacen el día aunque algunos resquicios tienes que encontrar para sobrevivir.

Rezas a diario, haces promesas como forma de medicina preventiva familiar porque cualquier dolencia, por más leve, puede hacerse mortal. Los servicios médicos públicos colapsados, la carencia o el alto de los medicamentos o la imposibilidad de que un seguro de hospitalización cubra los altos costos de los servicios privados hace que sea preferible morirse antes que enfermarse.

Y te duermes con la convicción de que mañana tus ingresos serán menores, los precios mucho mayores y los servicios peores. La vida más difícil. Así nadie descansa.

Como si fuera poco a todas las calamidades cotidianas, el Gobierno amenaza con un nuevo plan económico que nos tiene la vida hecha cuadritos, incluido, un aumento del precio de la gasolina y con ello se disparan las angustias, no solo por los nuevos precios sino porque la gasolina es incendiaria.

***
Las opiniones expresdas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

</div>