La última vez que Diana Acosta habló con su hijo, Jhon Geiberson Hernández Acosta, fue a las 3:20 pm del martes 25 de agosto, casi una hora antes de que un funcionario de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) le disparara. Lo llamó por teléfono para saber dónde estaba, para preguntarle a qué hora llegaría a casa, para pedirle que no se quedara hasta tan tarde en la calle. Él le dijo que lo esperara “como a las 7”, que iba en camino a Bellas Artes, a la Plaza de Los Museos y que allí sólo estaría un rato.

A él le gustaba ir para allá después de clases, pasaba ratos con sus amigos, rapeaba, porque a mi Geiber le gustaba rapear. Eso era lo que más le gustaba, componer y cantar”, dice la señora Acosta, al teléfono, el martes 1 de septiembre a las 6:42 pm. Su voz parece agitada, porque mientras habla, va caminando con unas flores que dejaría en una suerte de altar levantado entre familiares y amigos en el lugar donde mataron a su hijo.

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“El Berson”, “el Chilling”, como le decían sus amigos, tenía 19 años, estudiaba primer semestre de ingeniería en sistemas en la Universidad Alejandro Humboldt. Además de frecuentar la plaza, pasaba tiempo en el bulevar de Caricuao y era hincha del Caracas Fútbol Club, de los que van a alentar al equipo desde la barra. Su madre dice que se siente culpable, porque no pudo salvarlo de la bala que le pegó en la cabeza aquella tarde. Ella, enfermera, salió a prisa de su casa en Caricuao, a las 5:10 pm, cuando el padre de su hijo le avisó lo que había pasado.

“No recuerdo bien lo que me dijo, pero me nombró a mi Geiber, me dijo que una amiga de él lo acababa de llamar y me dijo que saliera ya para Bellas Artes. Grité mucho, estaba desesperada. Me monté en el carro con mi papá y con mi actual esposo, pero había demasiada cola. Lo dejamos estacionado en Parque Central, porque sino no llegaríamos nunca y ya estaba empezando a llover. Yo salí corriendo y ellos detrás de mí. Lo único que quería era llegar a donde estaba mi hijo para auxiliarlo y llevarlo a la clínica a que lo atendiéramos entre todos”, dice. Entonces empieza a recordar lo que pasaba a su alrededor esa tarde, en la calle, mientras iba corriendo: “He estado tan atormentada todos estos días y ahora es que me llegan las ráfagas de ese momento. Me gritaban desde las torres y los edificios para decirme por dónde tenía que meterme para llegar más rápido. Muchos me señalaban, decían: ‘Ay, esa debe ser la mamá del chamo’. Pero yo seguí corriendo hasta que llegué a la plaza y lo vi ahí: tirado en el piso, con un suéter que le pusieron para cubrirlo, en medio de ese palo de agua. Llegué tarde”, se lamenta. Y repite dos veces más: “Llegue tarde, llegué tarde. No pude salvarlo, porque ya no había nada que hacer”.

CaptureDianaYGeiber

Eran casi las 6 de una tarde lluviosa, cuando la señora Acosta llegó donde estaba el cuerpo de su hijo. Ahí estuvo casi cinco horas, mientras un grupo de al menos 50 jóvenes protestaba y pedía justicia en las inmediaciones del Teatro Teresa Carreño y la Universidad Experimental de las Artes, por lo que acababa de ocurrir: cuatro funcionarios de la PNB entraron a la plaza cerca de las 4 pm de ese martes. Querían “matraquear” a los buhoneros y artesanos que a diario pululan en la zona. Ellos no quisieron darles dinero ni nada de lo que los policías pedían. Jóvenes, estudiantes, deportistas, transeúntes y demás vendedores que suelen estar a diario en esa plaza se alzaron para defender a los artesanos y echar a los uniformados. Les gritaban insultos y les pedían que se fueran, cuando uno de los funcionarios sacó su pistola. Es la versión que ofrece la señora Acosta, basada en los testimonios de quienes sí vieron todo.

Lo que vino después quedó registrado en videos aficionados a los que Efecto Cocuyo tuvo acceso y que ahora circulan por la web. El policía disparó al cielo, luego apuntó a la muchedumbre que seguía gritando insultos y enseguida huyó junto a sus tres compañeros. Otros dos veían lo que pasaba mientras jugaban con un disco volador y a su lado, uno hacía maromas encima de una patineta.

Zona ¿libre? de policías

Trabajadores de la Galería de Arte Nacional y del Museo de Ciencias Naturales, ubicados alrededor de esa plaza que da entrada al Parque Los Caobos, aseguran que no es la primera vez que ocurre algo similar, pero que jamás había terminado con un muerto a manos de la policía. “Esta zona se ha vuelto muy peligrosa, porque muchos jíbaros que se hacen pasar por artesanos vienen aquí a vender drogas, marihuana más que todo, porque a la mayoría de los jóvenes que se la pasan aquí les gusta fumar. Cada vez son más los vendedores y la policía viene a matraquear o a correrlos, pero enseguida salen todos a defenderlos”, cuenta uno de los empleados.

Hay otro testigo que aporta más detalles en la historia del último día de Jhon Geiberson: “Lo que alebrestó a los chamos fue que los policías entraron en moto y con los pies le dieron patadas a la mercancía de uno de los buhoneros que estaba en una manta, sobre el piso. Ahí todos se pusieron a gritar, el policía perdió el control y disparó”.

Un trabajador del llamado “Eje del Buen Vivir”, una zona de bares y restaurantes aledaños a la plaza, también estuvo ahí la tarde del 25 de agosto, escuchó los disparos, pero no pudo ver de cerca lo ocurrido. Sin embargo, cuenta lo que le dijo alguien que sí fue testigo en primera fila. Es la misma versión de la madre de la víctima, pero con un fragmento adicional: “Al parecer, el chamo le tumbó la moto a un policía porque le molestó la actitud con la que entraron y en eso todos se querían ir encima del funcionario y ahí fue cuando este desenfundó y le dio. Igual nos pidieron discreción en torno del caso, porque están tratando de ver qué se resuelve para la seguridad de la zona con el apoyo de otros ministerios”, dice es persona que trabaja en uno de los locales que serían abiertos al público nuevamente ese martes, tras pasar semanas cerrados por un conflicto laboral. La reinauguración se pospuso hasta nuevo aviso, “por razones ajenas a nuestra voluntad”, escribió el ministro de Cultura, Reinaldo Iturriza, en su cuenta de Twitter.

Atraco en primera persona

En esa plaza, donde conviven artesanos, buhoneros y vendedores, estudiantes y deportistas, ya no hay presencia policial. El módulo que estaba al lado de la Galería de Arte Nacional fue removido dos meses atrás. La misma suerte tuvo el de la Plaza Morelos, ubicada a menos de 100 metros de Los Museos.

De vez en cuando, los funcionarios hacen patrullaje por la zona, pero no son bien recibidos. La señora Acosta recuerda que en la Fiscalía les informaron a ella y a su esposo que justamente ese día se estrenaban allí los cuatro funcionarios que quedaron registrados en el video. Johan Granadillo, Jesús España, Pedro Casanova y Nicolás Carreño ahora están detenidos por su responsabilidad en el homicidio de Jhon Geiberson: “Nos dijeron que los habían asignado para la zona, porque iban a retomarla con acciones de seguridad. Y mira lo que pasó, cómo debutaron. Así como ellos debe haber muchos en la calle”, se lamenta la mujer.

Los trabajadores de los museos dicen que a las 5:00 pm, cuando terminan la jornada laboral, no pueden salir por la puerta principal porque “los más bandidos” los amenazan. “Creen que nosotros somos los que hemos avisado a la policía las pocas veces que han venido por estos días. Por eso salimos por otra parte, para que no nos hagan nada si pasamos por la plaza”, advierte uno de los vigilantes.

En medio de las averiguaciones por este caso y tras una ronda para recabar testimonios en la plaza, durante la mañana del viernes 27 de agosto, el equipo de Efecto Cocuyo vio a una mujer que regresaba de Los Caobos mientras gritaba porque la acababan de robar. Diez minutos más tarde, quien escribe esta nota fue víctima de un robo por parte de cinco sujetos, con amenazas y navaja de por medio. Al día siguiente, los mismos atracadores estaban en la entrada de la plaza, hablando con varios de los patineteros. Los únicos dos funcionarios que estaban cerca de la zona, a más de cinco cuadras de distancia, fueron avisados de la presencia de los delincuentes y se acercaron al lugar para requisarlos.

La plaza, muy concurrida ese sábado por la mañana, nuevamente rechazó la presencia policial. Casi todos los presentes recibieron a los funcionarios de la misma manera como aquel martes, minutos antes de que Jhon Geiberson recibiera un disparo. El mismo patrón: “No a los pacos”, “Malditos policías”, “Fuera de aquí, asesinos” y demás insultos similares. Los uniformados no pudieron hacer nada pese a que las 48 horas para atrapar a algún criminal en flagrancia -como lo dictamina la ley- no habían transcurrido aún, y el equipo de Efecto Cocuyo no pudo recuperar sus pertenencias.

Esta vez nadie disparó, pero a los funcionarios no les quedó de otra que marcharse de la plaza. Uno de ellos se disculpó: “Ya ven cómo es esto. Este territorio es de esos malandros que venden drogas y no podemos hacer nada, no vaya a ser que se le escape un tiro a alguno de nosotros y por mala suerte vuelva a pagar un inocente”.

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